Caracas en subterráneo: crónica de un viaje en metro
Deben ser los audífonos. La gente elige eficientemente a todo aquel que tenga puestos audífonos para preguntarle una dirección en el Metro. Mi teoría es simple: los eligen porque suelen ser los que no necesitan oír instrucciones, saben para dónde van y cómo van a llegar allí.
Yo soy de las que usa audífonos, así que por lo menos dos veces a la semana alguien hace contacto visual conmigo y con cara de niño extraviado me pide que, por favor, lo ayude a llegar a su estación de destino.
Ya me acostumbré. Soy tan usuaria Metro que puedo dar la respuesta simple y de bonus track, según el nivel de despiste o miedo, doy otras dos alternativas de posibles conexiones.
Mis rutas personales se circunscriben a la estación de Metro más cercana. Si alguien me dice que vamos a comer en tal sitio, si me invitan a una reunión en la casa de alguien o debo hacer una diligencia, mi pregunta de referencia será: ¿cerca de qué estación de Metro queda eso?
El Metro y yo tenemos casi la misma edad y como somos contemporáneos yo no conozco una Caracas antes de que el subterráneo la cruzara. Y aunque para algunas personas puede resultar asfixiante y laberíntico, para mí el Metro es frenético y retador como buen caraqueño.
Por la mañana, los andenes y vagones adquieren la facultad de la goma. Mientras más gente llega, el hierro deja de serlo y se hace elástico. También ocurre una especie de fisioterapia de los cuerpos. La anatomía de los usuarios puede conseguir formas increíblemente aeróbicas para acomodarse en el espacio mínimo, donde en situaciones normales no cabe ni el aire.
Y Plaza Venezuela… Ay, Dios mío, Plaza Venezuela.
La estación Plaza Venezuela funciona como la síntesis de Babilonia. Todos llegan al mismo tiempo y entran sin querer en un ejercicio insólito de confluencia. Todo el que cruza para conectar su tren en cualquiera de las tres líneas, posibles direcciones y salidas tiene que aprender a trazar un zig zag de agilidad que lo llevará a salvo por su camino sin detenerse, sin perder el paso y a veces hasta sin siquiera rozar a otros.
Si uno observa desde el piso superior de la estación la llegada de los trenes que vienen desde Propatria o Palo Verde, que coinciden con el tren que llega desde La Bandera- La Rinconada, y en donde desembarca también el que trae a los de Caricuao, Las Adjuntas y Zona Rental, puede apreciar como se ejecuta milagrosamente una especie de vals invisible. Decenas de cuerpos que se mueven fluidos en línea recta y en diagonal: tres pasos, trote, pausa, adelante. Dos pasos, esquiva, trote, adelante.
De pronto alguien se detiene en medio de la nada. No sabe qué tren tomar, ni en que dirección se encuentra. No visualiza la salida. Efecto dominó inmediato. Desconcierto y empujones. Hasta que otra hilera de habituados y apurados bailarines logran retomar el paso perdido y la marcha continua. En un minuto todos desaparecen devorados por el tren que los lleva a su destino.
Los novios se despiden con la prisa del timbre que marca el cierre de las puertas. Los compañeros de viaje coordinan la precisión necesaria del encuentro cotidiano: primer vagón, yendo. Los apurados ya ni calculan la puerta que los lleva directo a las escaleras, ya lo saben. Y las mamás le dan la bendición a sus hijos cuando cada quien debe tomar su ruta. Algunas temerosas los siguen con la mirada hasta que se pierden en la multitud. Ellos automáticamente apuran el paso, trazan su camino, abordan con agilidad el vagón en el último segundo antes de que cierre la puerta. Se acomodan a conveniencia en el espacio que consiguen y se ponen los audífonos. De repente alguien con mirada desorientada, los interrumpe y les pide que, por favor, lo ayude para llegar a su estación de destino.
Por: Gabriela Rojas
Excelente cronica. Me mude a Valencia hace 15 años y cuando vivia en Caracas era metro usuario 100%, para esa epoca todo era distinto, recuerdo que habia un cartel que decia al llegar al metro cambia tu cara, en esa epoca existia respeto y amabilidad entre las personas que viajabamos e incluso si estaba de rumba me quedaba en el sitio hasta que el metro abriera sus puertas porque al llegar al metro ya estaba seguro, quizas ahora que lo pienso creo que el metro en esa epoca es una de las cosas que extraño de Caracas.
Hola, Carlos, gracias por tu comentario. Estamos convencidos de que con el aporte de todos lograremos recuperar al metro de esa época.
muy buena la cronica de verdad es la realidad…
me gusto la frase «Y Plaza Venezuela… Ay, Dios mío, Plaza Venezuela.»
ese es el punto de ecuentro.
saludos…
Hola, Joanjarwy, gracias por tu comentario. Qué bueno que la disfrutaste 😀
El metro de Caracas puede contar innumerables historias, sus pisos no cuantifican las personas que caminan de un lado a otro buscando su destino, sus muros contaran las historias de enamorados que utilizan su estructura para esconder o vivir su amor, el metro puede contar historias de desilusionados que al compas de sus pasos caminan las lagrimas de un mal día… El metro de Caracas tan odiado en horas picos pero tan vital para este monopolio capitalino, nos une sin distingo social, raza, ideología política, haciéndonos amigos del desconocido… Que el metro siga con sus vivencias y nos siga contando historias que permanecerán vigentes en el tiempo.
Geraldine, gracias por compartir. Si te interesa la escritura te invitamos a participar en nuestro concurso de crónicas sobre movilidad: http://goo.gl/EVP74a
Feliz día.-